POR FRANCISCO SALA ANIORTE, CRONISTA OFICIAL DE LA CIUDAD DE TORREVIEJA

Antiguo edificio del Santo Hospital de Caridad de Torrevieja. / Foto: F. Sala

Estamos en la era de la privatización de la medicina pública, el copago farmacéutico, los recortes sanitarios y a las ayudas sociales, amén de los incentivos al personal médico, si reducen el gasto, obteniendo con ello ganancias y beneficios de las empresas asistenciales, factores que, pensándolo con detenimiento, han podido influir en el momento dramático que vivimos con la pandemia extendida en estos días. Qué diferente era la labor hospitalaria hace tan solo poco más de siglo y medio o dos siglos: pocos recursos, baja tecnología y una farmacopea incipiente, pero con unos profesionales que sin horas y con dedicación exhaustiva atendían a las personas al pie de su cabecera y con pocos recursos y salarios. ¡¡La medicina social!!

El 21 de octubre de 1803, Carlos IV tuvo a bien al firmar el decreto para el traslado de la Administración de las Salinas de La Mata a Torrevieja, estableciendo, a costo de la Corona, un médico, Manuel López Onrubia, natural de Orihuela, que junto los cirujanos y maestros sangradores Nicolás García Lloret y Simón Cánovas Manzanares, se daba servicio sanitario a la naciente población. Con ellos los operarios de las salinas y sus familias tenían asegurado la medicina asistencial en caso de enfermedad.

Si bien, no se libraron los habitantes de Torrevieja de la epidemia de fiebre amarilla en el año 1811, si que se libró, gracias a las medidas sanitarias establecidas, de los contagios de cólera que azotaron a los pueblos de la Vega Baja durante todo el siglo XIX.

El cura párroco Francisco Sarrio, fundador del primer Hospital de Torrevieja.

Pero Torrevieja tenía una falta, careció de un hospital hasta la primavera de 1869 en que se fundó el Hospital de Caridad, para dar asistencia sanitaria, y prestar auxilio a los pobres que lo necesitaran. Se estableció en casa de su fundador, el cura párroco Francisco Sarrió, que generosamente cedió a la villa. Se trata –todavía en la actualidad se encuentra levantado- de un edificio de dos plantas, ubicado en la parte alta de la población, de construcción nueva y enteramente acabado, con paredes blanqueadas, con sus pisos pavimentados y limpios, con puertas y ventanas en gran número, nuevas altas y pintadas, proporcionado gran cantidad de aire y luz a las salas bastante cómodas y espaciosas. La cocina, patio, galería, lavadero y demás dependencias no dejaban nada que desear. En el Hospital de Caridad se podían poner un número de camas proporcionado a la población, según estimaciones del médico titular Juan Rebagliato.

El 8 de mayo de 1869 se dirigió al gobernador civil una solicitud de licencia para su apertura, contando para su sostenimiento con prestaciones vecinales voluntarias, yendo firmada la petición por el propio cura Sarrió y por la corporación municipal encabezada por el alcalde José Castell y mayores contribuyentes. La Diputación, en sesión del 4 de junio, acordó prestar su aprobación.

Comenzó siendo penoso su sostenimiento y siendo muchas y variadas la recaudación de fondos para tan filantrópico fin, entre otras la celebración de novilladas y corridas de toretes en las ferias de San Jaime de los años 1871 y 1872, no teniendo otros recursos que los que les proporcionaba la caridad pública y una pequeña subvención proveniente del arca municipal.

Con fecha 15 de julio de 1875 fueron aprobados los estatutos con los que se debía regir el hospital. Según este reglamento, la Junta General la componían todos los vecinos, que el primer domingo de enero se debían reunir para elegir nueva junta directiva. El reglamento es tan detallado que al día de hoy deben de tener una aplicación acertada, pese a estar aprobados hace casi ciento cincuenta años.

En sus primeros años de funcionamiento, entre 1869 y 1885, ejercieron como enfermeros, hospitaleros y sirvientes del hospital personal laico, siendo a partir de 1885, y a causa de de una reiterativa y casi endémica viruela, cuando se trasladaron al Hospital de Caridad la congregación de Hermanas Franciscanas Terciarias Regulares de la Caridad, dirigidas por la superiora Francisca de Paula Gil Cano.

Para poder pagar los gastos que ocasionó la epidemia “variolosa” se celebraron en el mes de enero de 1888 dos corridas de novillos y el administrador de la junta del hospital, Jaime Pérez, se dirigió al Ayuntamiento para que los enfermos del Hospital fueran reconocidos como pobres y les fuera consignada una cantidad para medicinas “…pues es anómalo el caso de ciertos enfermos tengan las medicinas gratuitamente viviendo en su domicilio particular y cuando todo les falta y tienen que ingresar en el Hospital se les niegue por el farmacéutico titular este beneficio. Por tanto espero que se servirá V. dar cuenta a esa corporación para que en vista de las razones que se aducen tenga a bien resolver el que sean considerados los enfermos del Hospital como si estuvieran fuera del asilo”. El Ayuntamiento comenzó a pagar a los farmacéuticos Rosendo Sánchez y Tomas Zapata el coste de los medicamentos dispensados a los enfermos.

Sello-membrete utilizado por el Hospital durante la estancia de las Hermanas Franciscanas.

El sello membrete utilizado por las Hermanas Franciscanas en el Hospital de Caridad llevaba la imagen de la Purísima Concepción, patrona de Torrevieja, y la de San Francisco de Asís, fundador de la orden franciscana encargada de la atención de enfermos.

En de mayo de 1888 realizó a Torrevieja una visita pastoral el obispo de la diócesis Juan Maura, donde, además de confirmar a mil novecientas noventa y dos personas e inspeccionar las obras del nuevo templo de la Inmaculada, realizó una visita al Santo Hospital animando a la resignación cristiana a todos los enfermos, dejando el óbolo de su caridad en manos de los mismos y una crecida limosna a la superiora de las hermanas terciarias, que tan a satisfacción de esta villa dirigía el centro.

En 1890, el Hospital seguía manteniéndose de la caridad de sus vecinos y de la del Ayuntamiento que donaba alguna limosna a las hermanas franciscanas, que se encargaban de los enfermos bajo la directriz de la superiora hermana Carmen Martínez. El funcionamiento en aquellos años fue como una auténtica “red social” de ayuda comunitaria.