POR FRANCISCO SALA ANIORTE, CRONISTA OFICIAL DE TORREVIEJA

Niños de Torrevieja. Foto A. Darblade – Colección de F. Sala

Mi esposa y mi hija se dedican al magisterio, hecho que me conduce trazar unas leves pinceladas por las miserias en la enseñanza y la educación en épocas de apreturas y recortes escolares, más aún en tiempos de confinamiento por la pandemia del COVI-19 y las clases vía “on-line”, telemáticas, por correo electrónico y por video conferencia.

Adentrándonos en el pasado observamos la falta de recursos del Ayuntamiento de Torrevieja, en 1870, haciendo que se suprimieran las escuelas, el alumbrado público y los vigilantes nocturnos, al no poder o hacer frente a sus gastos.

En 1874, el inspector provincial de Primera Enseñanza realizó visita a las escuelas encareciendo a los maestros la necesidad del aprovechamiento de la educación y a los niños en que redoblaran sus esfuerzos en la preparación para su futuro. Reunido con la Junta Local de Enseñanza expuso con claridad el estado de cada una de ellas, indicando las medidas que debían adoptar para su reforma, expresando su satisfacción por los progresos y adelantos que advirtió en los niños. Los profesores salvaban con incansable laboriosidad las aflictivas circunstancias financieras y económicas. El estado ruinoso de la enseñanza y la educación quedó patente nuevamente.

En la noche del 6 de diciembre de 1889, abrió la escuela de la ‘Sociedad Cooperativa de Obreros’, lo que hoy sería el equivalente de E.P.A. (Educación Permanente de Adultos) que por entonces estaba bajo la dirección de don Antonio Capellín, prestaba clases nocturnas a los trabajadores. No eran obligatorias las escuelas de adultos, pero pasaron por ella más de doscientos los alumnos. Todo un logro para aquella época.

Las niñas estaban relevadas del conocimiento escolar, cebándose los recortes sobre ellas. En 1893, el Ayuntamiento, la Junta Local y los mayores contribuyentes, elevaron una instancia al director general de Instrucción Pública, solicitándole la suspensión de una de las escuelas de chicas, alegando que era innecesaria. El gobernador provincial, en una visita realizada a las todas las escuelas públicas de Torrevieja observó que no eran lo amplias, altas y ventiladas que la higiene exigía.

En la memoria de los vecinos estaban los nombres de maestros excelentes: don José Sánchez, don Pascual Capellín, don Antonio Pallarés, doña Dolores Rovira, doña María Galiana y doña Socorro Gilabert. En ellos se tuvo ejemplo honradez y laboriosidad, dándose buenas y constantes pruebas. Después de ellos se notó un vacío en el adelanto de la infancia, que pagó las consecuencias sin encontrar quien, ni en donde se debían de satisfacer su constante anhelo de saber, ni cuando volvería el día en que fueran tratados con el cariño y la consideración que aquellos maestros tuvieron a sus discípulos. Fueron esclavos de su deber y, aunque con sueldos mezquinos satisfechos de tarde en tarde, permanecieron impasibles, llenos de abnegación difundiendo la cultura; como vicio notable únicamente el juego del ajedrez, todo su esfuerzo y ocupación consistió en propagar la enseñanza. Aquellas escuelas modelo sobrepasaron en más de setecientos niños y niñas.

El siglo XX se inició con la apertura de una escuela de niñas puesta en funcionamiento y regida por las hermanas carmelitas, venidas a Torrevieja para encargarse del cuidado de los enfermos del ‘Hospital de Caridad’, ocupándose también de instruir a niñas de la clase acomodada de la población. En agosto de 1907, organizaron una exposición de labores donde las jóvenes alumnas demostraron su adelanto educacional bajo la dirección de las monjas: cubiertas, papeleras, mantelerías, cubre bandejas, juegos de cama y pañuelos; todo fue artísticamente expuesto, luciendo bordados muy delicados y preciosamente realizados, recordando con sus colores, imitando con sus realces y filigranas a trozos de mantones de Manila.

En 1907, doña Cruz Figueroa Pérez fue nombrada maestra para la escuela de niñas, desplazándose hasta Torrevieja procedente de Los Navalmorales (Toledo), donde hasta entonces había ejercido.

Las escuelas no marchaban muy bien; en 1908, pasaron de ochocientos vecinos los firmantes de una exposición que se elevó al ministro de Instrucción Pública, suplicándole que hiciera cumplir su cometido a los maestros. Los alumnos que concurrían a las escuelas oscilaban entre ciento ochenta y doscientos cincuenta para las clases de día. A las escuelas nocturnas, solamente iban ocho alumnos. El material estaba antiguo, barato y destrozado.

En las escuelas públicas que había agua para los niños, se daba en un vaso de lata viejo y sucio. Las gorras y abrigos se colocaban en cualquier parte porque no había perchas. La calle era la escuela más concurrida: discordias, voces pedradas y blasfemias que tenían amedrentados a los vecinos, no sabiendo dónde pedir una solución. Los niños, inclinados al juego y al ejercicio, y estando los padres ocupados en ganar un salario no podían reprimir esos esparcimientos, corriéndose el riesgo de tener fatales consecuencias para el niño, la familia y la sociedad.

En 1908 se establecieron otras escuelas privadas, estando las primeras enseñanzas de los niños en manos mercenarias sin preparación alguna. Únicamente impartía una buena educación la escuela dirigida por don Antonio Capellín, persona respetada y con conducta ejemplar, ensalzado por muchas personas que le debían las posiciones que en su edad adulta ocuparon; su establecimiento funcionaba dentro de la ley, estando considerado como ‘una escuela modelo’. En el lado contrario estaba la ‘escuela de niñas’ dirigida por Juana la mondonguera, la misma que su marido abandonó por escándalos públicos, lugar donde Petra -la novia de Juan, un criado-, daba clases de costura y labores.

Silverio, pobre de Torrevieja, al preguntarle por la escuela a que asistía su hijo, declaró: “Yo no mando a mi hijo a ninguna parte. Comenzó a ir a una del Gobierno y a los dos o tres días vino diciendo que no iba más, que a él no le mandaban al corral mientras que a otros les daban sitios preferentes y que no le daban lección mientras no se comprara un libro, pero es porque el maestro quien los vende. Lo saqué de allí y lo mandé a otra, y todos los días holgaba. Al preguntarle, me contestó que el maestro estaba fuera y no vendría hasta el verano para bañarse. Le di dos mojicones creyendo que sería mentira. Lo cogí de la mano y lo llevé a la puerta de la misma escuela comprobando que tenía razón el chico. Desesperado, lo mandé desde entonces a casa de Fabián, un tunante, y estoy temblando a que le enseñe a todos sus vicios.”

En julio de 1908, se procuró mejorar la enseñanza en la villa, nombrándose maestra interina a doña Cruz Martínez Pujol; y, en 1912, fue destinada a Torrevieja como maestra doña Remedios Sevilla. Mientras, las autoridades se mostraban indiferentes en materia de enseñanza motivando que las escuelas estuvieran vacías. ¡La crisis hacían mella en aquellos tiempos!